7 de marzo de 2006

Han dejado...

Han dejado el busto de un hombre en el andén de cada estación del ferrocarril. Un busto de ojos muy abiertos y mueca lacia, inerte, desteñida. El mismo busto horrible en todas las estaciones. El mismo busto que, desde fuera, me mira fija, incesantemente en cada túnel. Tiemblo en mi asiento porque el busto, acechante, me vigila. Tengo miedo y no puedo apartar mis ojos de sus ojos. Miro hacia la ventanilla y, cada vez, el busto espera mi mirada allá afuera. Todo cabeza, todo hombros, todo pecho. Si tan sólo tuviera un par de brazos, aunque fueran chiquititos, a los lados de las orejas, no me asustaría tanto. Es el busto por ser busto lo que me aterroriza. Menos mal que estoy aquí dentro. A salvo. Menos mal.

Un hombre de ojos muy abiertos y mueca lacia, inerte, desteñida, se levanta de su asiento, enfrente del mío. Pero éste tiene piernas.

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