21 de septiembre de 2006

No me gustan los higos

Jamás me gustaron los higos. Pringosos. Viscosos. Supurantes como el ojo de un gato tuerto.
Y ella erre que erre. Que una higuera. ¿Y por qué no un melocotonero, cariño? Que no. Que un melocotonero no. Que lo que quería era una higuera.
La maldita higuera llegó a casa y la plantamos en el medio del jardín, dominando el cotarro. Controlando a los geranios, ensombreciendo a la hierbabuena y atrayendo a toda la población de mirlos de la ciudad a nuestro patio.
La higuera llegó y se quedó.
Ella se fue.
Sigo odiando los higos.

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